En 1989, se formó un vínculo improbable en Costa Rica cuando Gilberto "Chito" Shedden, un pescador local, tropezó con un cocodrilo moribundo en las orillas del río Reventazón.

El cocodrilo, al que Shedden llamó Pocho, había recibido un disparo en la cabeza de un ganadero. Chito llevó a Pocho a casa y lo cuidó hasta que recuperó la salud, alimentándolo con pollo y pescado.

Chito creía que, más allá de la comida, "el cocodrilo necesitaba mi amor para recuperar las ganas de vivir".

Le daba besos y abrazos a Pocho, le hablaba, le acariciaba y hasta se acostaba con él. Cuando la salud de Pocho mejoró, Chito lo soltó en un río cercano. Pocho se negó a regresar a la naturaleza y optó por quedarse con Chito.

Durante más de 20 años, Chito y Pocho nadaron juntos en el río afuera de la casa de Chito.

Jugaron juntos, con Chito abrazando y besando al cocodrilo de 16 pies de largo. Pocho incluso respondía cuando Chito lo llamaba. Su amistad única llamó la atención de personas de todo el mundo.

Realizaron un acto semanal los domingos por la tarde en un lago artificial en Finca Las Tilapias en Siquirres, Costa Rica. Pocho murió por causas naturales en 2011.