Uno de mis hermanos dice que en mi infancia, la temporada de mangos era la mejor. Mi padre traía una cantidad de mangos a casa y nos reuníamos a su alrededor, ansiosos por probar su dulce sabor. Los mangos eran nuestra fruta favorita y mi padre nos daba la pulpa mientras él comía las cáscaras.

Solía ​​observar este extraño comportamiento sin entender la razón. Un día le pregunté: "¿Por qué comes cáscaras de mango, papá?"

Él sonrió y dijo: "Las como para que tú no las comas".

No entendí lo que quería decir en ese momento y pensé que era solo un hábito que adquirió de los días de pobreza que vivió. Pasaron los días y me olvidé de las cáscaras de mango como olvidé muchos recuerdos.

Hasta que un día, un amigo me dio una cantidad de mangos. Estaba feliz con ellos en mi camino a casa, emocionado por probarlos.

Comencé a cortar los mangos y mis tres hijos pidieron su parte. Les di los trozos más grandes y mejores, y me encontré frente a un plato vacío a excepción de algunas cáscaras.

Empecé a comer las cáscaras hasta que de repente me detuve. Recordé las palabras de mi padre, que Dios se apiade de él. Sólo ahora me doy cuenta de lo que quería decir. Su felicidad no estaba en comer las cáscaras de mango, sino en vernos comer la mejor parte.

**La moraleja de la historia:**

Me di cuenta entonces de que los padres nos dan lo mejor que tienen, aunque eso les exija sacrificios. Lo hacen con amor sin esperar nada a cambio, y encuentran su verdadera felicidad en vernos vivir con comodidad y felicidad.

*Así pues, hijos, valorad los esfuerzos de vuestros padres y madres, y recordad que os han dado mucho que vosotros no veíais ni os dabais cuenta del valor.*

Oh Dios, viste a todos los padres y madres vivos con el manto de la salud y el bienestar, y perdona a los que han fallecido. Y haz que estemos entre aquellos que les son fieles en vida y después de su muerte.

*Si terminas de leer, reza por el Profeta y su familia.*

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