Jérémy, un joven de 22 años, vivía en un pequeño apartamento donde el agua caliente y el Wi-Fi luchaban diariamente para ver cuál funcionaba. Trabajaba como repartidor de pizzas y todas las noches, después de guardar algunos consejos, veía vídeos en YouTube titulados: “Cómo hacerse rico sin talento ni capital”.

Un día, cuando vio un vídeo titulado “Acciones que explotarán en 2024”, decidió que era hora de actuar. Jeremy solo tenía $60 en su cuenta, lo suficiente para comprar unas acciones prometedoras o una pizza de cuatro quesos (su cena favorita). Motivado por una mezcla de desesperación y entusiasmo, optó por la inversión.

Mientras buscaba acciones “infravaloradas” (palabra que había aprendido cinco minutos antes), se topó con una empresa desconocida llamada EcoTuba. ¿Su misión? Haz pajitas comestibles con sabor a chocolate. “¿Quién no querría beber su refresco con una pajita y poder comerlo después?”, pensó.

La acción valía 1,50 dólares. Con sus 60 dólares, compró 40 acciones y al instante se sintió como un joven Warren Buffett.

Los días pasaron. Las acciones se estancaron en 1,50 dólares. A veces subían a 1,51 dólares y luego volvían a bajar. Durante este tiempo, Jérémy se convirtió en un experto en actualizar su aplicación bursátil.

Un día, un amigo lo vio pegado a su teléfono y le preguntó:

- "Qué estás haciendo ?"

— “Miro mis inversiones. Mi dinero trabaja mientras yo descanso”.

— “Entonces tu dinero debe estar en un contrato de duración determinada…”

Pero Jérémy persistió.

Seis meses después, contra todas las expectativas, un vídeo viral en TikTok mostraba a una influencer bebiendo un batido con una pajita EcoTuba. A los internautas les encantó la idea. En una semana, la demanda se disparó y las acciones pasaron de 1,50 dólares a... ¡300 dólares!

Cuando Jérémy abrió su aplicación esa mañana, lo primero que pensó fue que se trataba de un error. Pero no. Sus 40 acciones valían ahora 12.000 dólares.

Con sus 12.000 dólares, Jérémy diversificó. Compró acciones de una empresa de bicicletas eléctricas, una startup de hamburguesas a base de plantas y (por nostalgia) una pequeña parte de la pizzería donde trabajaba.

Dos años después, su patrimonio neto alcanzó los 500.000 dólares. Los medios locales lo apodaron “El prodigio de los 60 dólares”.

A veces, todo comienza con 60 dólares, un pequeño derroche y una pajita de chocolate. Pero es el riesgo, la audacia y un toque de suerte lo que transforma a un repartidor de pizzas en un magnate de la tecnología.