El mundo de las criptomonedas, supuestamente creado para reformar el sistema financiero tradicional, se ha convertido en un basurero digital donde las monedas basura zumban como moscas en un vertedero. Ya no se trata de inversión o innovación, sino más bien de niños traviesos que se unen para atacar las billeteras de inversores desarmados. Irónicamente, venden sueños vacíos, disfrazados de promesas de revolución tecnológica. ¿La realidad? No es más que un desfile de teatralidad.
Seamos francos: estas monedas no son más que perdedores que se atreven a aparecer, a vender ilusiones, pero que huyen cuando la realidad les exige rendir cuentas. Imaginemos que nos obligan a creer que estas piedritas se convertirían en oro con solo frotarlas unas cuantas veces. Pero, en realidad, una piedra sigue siendo una piedra. Estas criptomonedas venden sueños vacíos, como un espejismo en el desierto que promete un oasis a los sedientos, para luego ofrecer polvo en la realidad.