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Boty
Cuando vives en un lugar en el que hay fuertes vientos, el viento no puede sorprenderte tanto. Ya conoces el lugar y qué esperar de él. En cambio, si subes a un convoy en un avión para un trabajo provisorio que ni sabes a donde te llevan… estás en problemas.
En el desierto conocí a un androide, lo llame Boty. Trabajábamos en el mismo sector, levantaba paneles solares caídos y los limpiaba y pulía. Nos hicimos amigos, le pagaban menos que a mi. No protestaba pero yo sospechaba que formaba parte de la Resistencia Robot. Un viejo modelo de la blockchain sha 256. No era muy rápido pero no paraba nunca.
Cuando conversábamos frente a los paneles, sentí el aire que se enfriaba. Y un horizonte negro que amenazaba. Una tormenta monstruosa que en segundos me comería si no corría. El viento se llevo mi bolso volando y mis cosas ya pertenecían al viento. Los libros y cuadernos por el aire y con ellos una vieja fotografía analógica sacada en un parque de diversiones antes la era de las pandemias. Fue como si toda la felicidad de la niñez fuera arrastrada por el viento alejándola de mi. La fotografía no! Le grite a las ráfagas que rugían furiosas mientras yo corría al refugio. Boty siguió caminando en dirección de la tormenta hasta que se lo tragó y lo perdí de vista.
Al otro día, no había rastros del androide.
Años después cuando me canse de las grandes ciudades fui a vivir a un pequeño pueblo en las montañas. Un día volvía del mercado, abrí la puerta de la cabaña con unos troncos de leña en la mano y cerré la puerta, la brisa fría quedo afuera y sentí una gran calidez. Al acercarme a la mesa vi que estaba la foto, un poco derruida por los años, pero podía verse mi gran sonrisa de niño. Me asomé por cada uno de los ventanales y por la ventana que mira al lago creí ver un destello de luz. Un rayo que estalló en una superficie de metal y se apagó. Ese fulgor fue lo último que vi de Boty.
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