La primavera era cuando el mundo parecía nada más que cómics y dibujos animados. Estaba enamorado de la máquina de escribir de mi madre y recuerdo las noches en las que su conjunto de letras actuaba sobre un escenario de papel blanco. Recuerdo el rítmico “smack, click, bing” flotando desde mi ventana hacia un vecindario todavía famoso por su crimen y sus puertas rotas en llamas con luces rojas. Recuerdo hundirme en su regazo después y perderme en las historias que leía en voz alta sobre hombres queseros y animales renegados que buscaban un propósito en la vida.