Desde que abandoné mi fe y comencé a vender en corto, descubrí que ya no me duele la cintura, ya no tengo las piernas acalambradas y ya no es agotador subir al quinto piso. Todavía puedo pararme. Cielo por la mañana, ya no me quedo dormido en el trabajo y el dinero de mi tarjeta ha vuelto. ¡Incluso mis manos izquierda y derecha han crecido!