Era una mañana de invierno, en una casa tranquila, cuando un bebé llamado Óscar, de apenas un año de edad, se despertó con una extraña luz en los ojos. No era una luz cualquiera: era la encarnación de la inteligencia financiera. Mientras otros niños de su edad se divertían apilando cubos, Oscar apilaba... gráficas de velas en una pantalla que había abierto accidentalmente en la tablet de sus padres.
La revelación criptográfica
Un día, mientras jugaba con el teléfono de su padre, activó accidentalmente una aplicación de comercio de criptomonedas. Mientras que un adulto se habría sentido abrumado por la volatilidad, Oscar chilló y... compró Bitcoin en el momento perfecto. Pero eso no fue todo: diversificó. Ethereum, Solana e incluso Dogecoin: Oscar parecía entenderlo todo. Tecleó frenéticamente la pantalla, sin que nadie entendiera que estaba realizando transacciones dignas de los más grandes traders.
Sus padres pensaban que estaba viendo vídeos infantiles, pero en realidad estaba analizando las tendencias del mercado, utilizando sus juguetes como indicadores técnicos. ¿La peonza que giraba en el suelo? Una señal alcista. ¿El osito de peluche? Una corrección por venir.
Nace un imperio
En menos de seis meses, Oscar había convertido un simple error de clic en una cartera valorada en millones. Entendía los ciclos del mercado mejor que cualquier analista. ¿La clave de su éxito? Puro instinto y… sueño impecable. Al dormir literalmente como un bebé, dejó de lado sus emociones, una cualidad esencial para un inversor.
Pero Oscar no sólo era rico en criptomonedas. También invierte en NFT que él mismo creó con el dedo meñique en una tableta. La colección “Baberos y Botellas” se volvió viral. Cada obra, que representa baberos pixelados y biberones en 3D, valió cientos #BtcNewHolder Ethereum
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