Érase una vez un chico llamado Mike que decidió invertir todo en Bitcoin alrededor de 2013. Estaba obsesionado con ello—hablando de Bitcoin día y noche, convenciendo a todos de que era el futuro. Incluso convenció a su abuela para que pusiera un poco de sus ahorros en ello. Sus amigos pensaban que estaba loco, pero a él no le importaba. Se compró una buena billetera de hardware, configuró cuidadosamente una contraseña y una copia de seguridad, y se sintió como un genio de la tecnología.
Pero Mike también era, bueno... un poco olvidadizo. Una noche, en su emoción, decidió poner su contraseña en algo “súper seguro”—un montón aleatorio de letras, números y símbolos que parecían más un idioma alienígena que inglés. Lo escribió en un Post-it, pensando que sería su plan de respaldo, y lo pegó en un “lugar realmente seguro.”
Luego vino el gran problema: se olvidó por completo de dónde lo escondió.
Pasaron los años. Cuando Bitcoin alcanzó los $50,000, Mike estaba desarmando su casa tratando de encontrar ese Post-it. Buscó en viejas cajas de zapatos, en el congelador, debajo de los cojines del sofá—incluso dentro de un juego de mesa. Sin suerte.
Finalmente, exhausto y desesperado, aceptó que nunca lo encontraría. Estaba lamentando su mala suerte cuando su abuela llamó y preguntó: “¿Te metiste en eso de Bitcoin, cariño?” Mike estaba tan avergonzado que solo murmuró: “Es complicado, abuela…”
¿La mejor parte? Un año después, mientras movía algunos muebles, su abuela encontró el Post-it pegado en la parte inferior de su silla de juego. Ella lo llamó y dijo: “¿Adivina qué encontré debajo de tu trasero?”
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