La madera crujió bajo cada uno de mis pasos, un sonido hueco y casi fúnebre, que resonaba en el aire espeso del bar. Cada avance parecía más difícil, como si la atmósfera misma se volviera más pesada a mi alrededor, opresiva, comprimiéndome lentamente. Me hundí en este opaco crepúsculo, donde la sombra y la luz parecían luchar por dominar el espacio, sin que ninguna de las dos ganara realmente. El aire tenía una consistencia extraña, casi palpable, una especie de velo invisible que pesaba sobre mi piel, un poco como un sueño del que no podemos salir.



Me llamó la atención la luz parpadeante de una vieja lámpara, como la única estrella en un cielo oscuro. Un faro solitario en un océano de oscuridad. Estaba sobre una mesa desvencijada, cubierta por una fina capa de polvo, olvidada en un rincón del bar. Su diseño, limpio, anguloso, imbuido de esa fría modernidad propia de las obras de Jacob Jacobsen, contrastaba con el entorno ruinoso y ancestral que lo rodeaba. Las líneas limpias de la pantalla, hecha de metal ennegrecido por el tiempo, daban al objeto un aspecto casi futurista, pero también fuera de lugar, como si la lámpara nunca hubiera sido pensada para este lugar. Su pie, largo y esbelto, se extendía con una elegancia severa, un rigor geométrico que destacaba en una atmósfera saturada de misterio y decadencia. El metal era áspero bajo mis dedos, tal vez original, tal vez erosionado por el paso de los años, oxidado en algunos lugares, pero aún sólido. La pantalla de la lámpara, ligeramente abollada, parecía delatar una vida mucho más larga que el resto del mobiliario circundante. Una lámpara de otra época, de otra vida, que había sobrevivido donde todo estaba condenado al olvido. Su luz, débil y amarillenta, parpadeaba por momentos, crepitando intermitentemente como si un mal contacto hubiera perturbado la corriente. Esta intermitencia, este parpadeo irregular, daba a la escena una inquietante extrañeza, cada destello descendía y sacaba la habitación de las sombras, como si el objeto mismo estuviera luchando por mantener una tenue conexión con esta realidad. A veces, en esos momentos de breves interrupciones, la oscuridad parecía querer devorar todo a su alrededor, lista para tragarlo todo cuando la luz se desvaneciera. Me quedé mirando la lámpara con una fascinación taciturna, casi hipnótica. ¿Era realmente vintage? ¿O lo habían colocado allí hacía poco, como una reliquia moderna en un antiguo santuario? Fue difícil decirlo. Lo único que sabía era que ella parecía tener una presencia, una voluntad propia, como si fuera un testigo silencioso de algo que todavía no podía entender.

O tal vez... era mi mente. Mi mente se pierde en este laberinto de sensaciones. Finalmente me senté, o mejor dicho, me hundí exhausto en una silla que crujió bajo mi peso. Apenas había mirado a mi alrededor cuando sentí su presencia. Había otros allí, sentados alrededor de la mesa, siluetas confusas, formas apenas humanas, o tal vez demasiado humanas para que yo pudiera distinguirlas realmente. Criaturas que emergen de profundidades insondables, tal vez incluso seguidores de Cthulhu, como los que Lovecraft describe en sus cuentos. Sus presencias, pesadas, opacas, envolvían la habitación como una niebla que no podía disiparse. Sus abrigos gris oscuro se confundían con la oscuridad, con sus sombreros tan calados que ocultaban cualquier signo de un rostro, como si incluso la idea de su identidad hubiera sido borrada. Estas criaturas, si se les podía llamar así, parecían surgir de otra época, de otro mundo, flotando en un espacio entre la realidad y la pesadilla. Apenas se movían, pero sus movimientos eran lentos, como en suspensión, distorsionados, desplazados, sombras sin sustancia real que parecían vibrar, oscilar en el borde de lo visible y lo indescriptible. Sus movimientos, imperceptibles, desafiaban la lógica del movimiento humano, como si estuvieran sujetos a una gravedad diferente, o como si existieran en un tiempo que no me pertenecía. ¿Estábamos realmente allí o estaba cayendo en un sueño, una pesadilla despierta donde los límites de la realidad y el mito se estaban desvaneciendo lentamente? Quizás ya me había convertido en uno de ellos. Fantasmas, ilusiones, o tal vez... en lo que me estaba convirtiendo, en mí mismo. ¿Estábamos realmente allí o estaba cayendo en un sueño, una pesadilla despierta donde los límites de la realidad y el mito se estaban desvaneciendo lentamente? Quizás ya me había convertido en uno de ellos. Fantasmas, ilusiones, o tal vez... en lo que me estaba convirtiendo, en mí mismo. Frente a ellos, en el centro de la mesa, había una hoja. Blanco o amarillo pálido, era difícil distinguirlo con aquella luz parpadeante. La hoja parecía casi irreal, como si flotara sobre la madera envejecida, incapaz de tocar plenamente la realidad, un enigma, un desafío allí, esperando ser descifrado. Su apariencia frágil contrastaba con el peso opresivo de los seres que lo rodeaban. Ella estaba allí, un enigma suspendido entre dos mundos, desafiando a cualquiera que se atreviera a tocarla con un ojo o una mano. Esta fina sábana, de apariencia tan frágil, contrastaba fuertemente con la presencia opresiva de las sombras que la rodeaban.


Entonces, como un susurro subterráneo que se eleva desde lo más profundo del abismo, un sonido llegó a mis oídos. Era un susurro, apenas audible, proveniente de una de aquellas siluetas confusas, más sombra que sustancia, más fantasma que carne.

“Tú también… tú también estás buscando a Satoshi, ¿no? »


El susurro parecía llevar consigo todo el peso de un antiguo secreto, como una maldición, un encantamiento destinado a resonar a través de los siglos. Se me cerró la garganta y se me congelaron los labios. Por un momento permanecí en silencio, incapaz de reaccionar. Luego, con voz temblorosa, casi vacilante, finalmente respondí.

" Sí… "


Apenas estas palabras habían salido de mi boca cuando, como por arte de magia, apareció frente a mí una copa de brandy. Su llegada, silenciosa, parecía sobrenatural, como si el líquido hubiera sido materializado por alguna fuerza invisible, fruto de un antiguo truco o de un misterioso artificio. El vaso era pesado, tallado a partir de un cristal grueso que captaba la luz parpadeante, transformando el líquido dorado que contenía en una auténtica cascada de oro fundido. Bajo este brillo irreal, el brandy brillaba y cada estallido de luz enfatizaba la riqueza de su textura. El olor a alcohol se extendía lentamente en el aire, como un velo que ahuyentaba los olores ácidos y secos de los cigarrillos viejos, el olor rancio del moho que se adhería a las paredes y a las almas presentes. No era sólo un olor, era una invitación, una promesa velada de una verdad aún oculta. El bouquet del brandy era complejo, con notas de roble añejo y especias lejanas, como si cada gota llevara en su interior la historia de una búsqueda, de un misterio que sólo aquellos que se atrevían a sumergirse en sus profundidades podían comprender. Levanté el vaso lentamente, sintiendo su peso contra mis dedos, el calor del alcohol irradiando suavemente a través del frío cristal. En la primera inhalación, me invadió un aroma rico y embriagador, una suave niebla de aromas que me transportó a otra parte, lejos de esta mesa y de estas sombras. El brandy, en ese vaso oscuro, era más que solo alcohol: era el espejo del enigma que estaba siguiendo.

Continuará..

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