En 2008, el mundo de las altas finanzas fue testigo de un escándalo sin precedentes que dejó a Société Générale temblando. En el centro de este debacle financiero estaba Jérôme Kerviel, un modesto operador junior cuyas acciones pasarían a la historia como uno de los esquemas más imprudentes en la historia bancaria. Operando desde la mesa de Delta One, donde se comerciaban futuros de acciones europeas, la aparentemente diligente fachada de Kerviel ocultaba una peligrosa apuesta que sacudiría el mundo financiero.
Sin una educación de élite o un prestigioso trasfondo, Kerviel sintió la presión de demostrar su valía en una industria despiadada. En lugar de adherirse a las prácticas comerciales estándar, comenzó a ejecutar operaciones masivas y no autorizadas en futuros de índices europeos. Impulsado por la ambición, ignoró las salvaguardias, haciendo apuestas cada vez más arriesgadas y ocultando sus actividades a través de operaciones falsificadas. Estas acciones crearon una ilusión de cumplimiento con los límites de riesgo del banco, permitiéndole pasar desapercibido durante meses.