Invertir a menudo va en contra de nuestros instintos naturales, empujándonos hacia decisiones emocionales e irracionales. Por ejemplo, si inviertes $5,000 y ves que tu cartera gana $800 o incluso $1,200, la tentación de retirar y asegurar esas ganancias puede ser abrumadora, impulsada por el miedo a perder tus ganancias. Por el contrario, cuando te enfrentas a pérdidas—digamos que tu inversión baja $1,500—puedes dudar en vender. En lugar de cortar tus pérdidas, podrías aferrarte, esperando una recuperación, o incluso comprar más para "promediar a la baja", creyendo que el mercado se revertirá a tu favor.
Este comportamiento, alimentado por la avaricia de obtener mayores retornos y una falta de voluntad para aceptar pérdidas, puede atrapar a los inversores en un ciclo dañino. Vender con pérdidas se siente como admitir un fracaso, lo que hace psicológicamente difícil actuar de manera racional. Irónicamente, esta vacilación a menudo conduce a mayores pérdidas o liquidaciones cuando el mercado se mueve aún más en contra de las expectativas.
Para tener éxito, los inversores deben superar estas tendencias emocionales. Reconocer que las pequeñas pérdidas son una parte normal del proceso y gestionar el riesgo de manera efectiva son pasos cruciales para evitar daños financieros significativos.