En 2010, el abuelo Joe, siempre curioso por las nuevas tecnologías, invitó a su nieto adolescente, Kevin, a su estudio para una conversación seria.
Joe: "Kevin, me encontré con algo fascinante llamado Bitcoin. Dicen que es el futuro del dinero. Compré 2000 Bitcoins por 50 dólares y los guardé de forma segura en esta memoria USB. Es tu legado, guárdalo en un lugar seguro".
Kevin, que en ese momento tenía 15 años, miró a su abuelo con cierta diversión. “Claro, abuelo, me ocuparé de eso”, respondió. Pero en su mente, lo descartó como otra idea excéntrica de una generación anterior. “¿Bitcoin? Parece dinero de Monopoly en línea. ¿Qué sabe el abuelo de tecnología, de todos modos?”, pensó para sí mismo.
Pasaron los años, y el USB permaneció olvidado en las profundidades del desordenado cajón de escritorio de Kevin. Avanzando hasta 2024, Kevin, ahora un adulto, vio un titular de noticias de última hora: "El Bitcoin alcanza los $120,000 por moneda."
La taza de café en su mano se deslizó ligeramente mientras sus ojos se abrían en shock. Las palabras resonaban en su mente. “Espera... ¿no me dio abuelo algo de Bitcoin hace años?”
De repente, en pánico, Kevin corrió a su habitación, su corazón latiendo con fuerza. Registró los cajones, arrojó papeles a un lado y escarbó en cajas. Finalmente, allí estaba: el USB, polvoriento y enterrado bajo un montón de viejos cuadernos. Un alivio lo inundó cuando lo conectó a su computadora portátil. El archivo de la billetera apareció en la pantalla, y con manos temblorosas, lo abrió.
Pero mientras la emoción lo invadía, notó algo extraño. Un leve olor a plástico quemado emanaba del USB. Su corazón se hundió mientras inspeccionaba la unidad más de cerca. Luego, la horrible realización le golpeó como una tonelada de ladrillos.
Tres años antes, Kevin había utilizado el USB para estabilizar una mesa inestable en su habitación del dormitorio. Lo había partido por la mitad sin pensarlo dos veces cuando no encajaba perfectamente. Ese USB de “basura” había sido arrojado a un cajón y dejado para acumular polvo.
Kevin se sentó inmóvil, mirando al techo, su mente incapaz de procesar lo que acababa de suceder. "Doscientos cuarenta millones de dólares... destruidos para arreglar una mesa tambaleante", susurró, su voz hueca.
Desde ese día en adelante, Kevin evitó las reuniones familiares, incapaz de enfrentar al abuelo Joe, quien aún pregunta casualmente, "Kevin, ¿has mantenido ese USB a salvo como te dije?" La vergüenza era demasiado para soportar.