Tomé un sorbo de brandy, el brandy se deslizó por mi garganta como terciopelo líquido. Su sabor, rico y complejo, explotó en mi boca, envolviendo cada fibra de mi cuerpo en una calidez dulce y reconfortante. Los aromas, una mezcla de especias y roble, parecían trascender la simple sustancia. El líquido, de rara calidad, estremeció mis sentidos. Cada nota de roble envejecido y vainilla se entrelaza con una precisión exquisita, casi alquímica. Era más que sólo alcohol, era una revelación, un portal que abría el alma a percepciones más profundas. El olor a madera quemada y a tierra mojada, que impregnaba el cristal, sustituyó brevemente al olor a tabaco rancio y mohoso que se estancaba en el aire del bar.
Pero apenas había saboreado ese primer sorbo cuando algo llamó mi atención. Mientras este néctar pasaba a través de mí, como una caricia ardiente, sentí que algo se movía en el borde de mi campo de visión.

¿Fue el efecto del alcohol o una ilusión sutil que se apoderó de mi mente?
¿Fue el efecto del brandy o algo más siniestro? Mi mente, entumecida por el calor del alcohol, dudaba en aceptar lo que mis ojos percibían.

Frente a mí, una extraña silueta se materializó, a través de los remolinos de mi propio aliento una forma híbrida comenzó a materializarse en la oscuridad. Surgió lentamente, con una fluidez que desafiaba las leyes naturales. Como un espectro que emerge de las brumas de un sueño febril. Había algo profundamente antiguo allí, algo inquietante, familiar y al mismo tiempo terriblemente distante de todo lo que conocía. ¿Un sátiro? ¿una criatura de la noche? Sus rasgos no eran los de un hombre, sino los de un ser mitológico, una mezcla indescifrable de bestialidad y misticismo. La silueta, de contornos borrosos, que evoca tanto a un sátiro de los mitos antiguos como a una representación grotesca de Baphomet, casi se confunde con las sombras móviles de la habitación. No… era otra cosa, algo más primitivo, más onírico, como una criatura de los laberintos de Guillermo del Toro. Sus cuernos se curvaban hacia atrás, recordando a los de Baphomet, y sus ojos parecían brillar con un brillo apagado, como brasas bajo un aliento helado. O tal vez fuera el fauno de mis peores pesadillas, esa encarnación de lo grotesco, esa bestia susurrante, procedente de otro tiempo, como sacada de un cuento olvidado o de un ritual olvidado. ¿Un fauno, tal vez? Tomó asiento a la mesa, su presencia inquietante pero fascinante. El alcohol aún corría por mis venas, acentuando el desorden. ¿Me estaba traicionando mi mente o me estaba deslizando hacia una realidad más amplia y antigua?

Una voz profunda y tranquila, pero extrañamente suave, la voz se elevó en el aire, no con la gravedad de un hombre, sino con la lentitud de una corriente subterránea, profunda e irresistible, como un río antiguo que, después de milenios de silencio, de repente encuentra su camino a través de cavernas olvidadas. Cada sílaba, cada respiración cortaba el aire pesado y quieto del bar. “Gilgamesh… Gilgamesh…” Las sílabas se estiraron, resonaron, pareciendo vibrar en el espacio mismo, como un antiguo encantamiento, un eco de épocas olvidadas. el nombre rodó por el aire, repitiéndose y ampliándose como una ola reverberando en las profundidades de un abismo insondable. Este nombre, hechizante y terrible al mismo tiempo, despertó en mí un extraño reconocimiento. El mítico rey de Sumeria, este semidiós héroe de historias milenarias, portador de historias insondables.
No fue sólo un nombre pronunciado, fue un encantamiento, una invocación que atravesó el alma, despertando recuerdos y conocimientos mucho más allá del mundo de los vivos. Este sonido no estaba dirigido a mis oídos, sino a una parte de mí que no podía controlar, una parte enterrada en los rincones más oscuros de mi mente.

« Gilgamesh… Gilgamesh… »

¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora? Este lugar, que parecía desafiar el tiempo, se transformaba a cada momento en una anomalía más profunda, un abismo donde los límites entre lo real y lo irreal se fundían y desaparecían. Frente a la criatura, colocó una barra de pan. En el centro de la mesa que parecía derrumbarse bajo la opresión de su propia antigüedad. Pero no era sólo una barra de pan.
No, era la esencia misma de lo antiguo, un olor a la vez dulce y potente, en el que se mezclaban notas de fruta madura, higos y dátiles, pero también matices casi incomprensibles, especias de un mundo desaparecido. El olor que emanaba... Nunca había respirado algo tan extraño, tan hechizante. La madera de la barra bajo mis pies crujió más fuerte cuando el pan desprendió su aroma, como si el lugar mismo temblara bajo el peso de la historia que contenía. ¿Era esto simplemente una alucinación, un juego cruel de mi mente cansada, o este lugar realmente respiraba, reaccionaba a cada aliento de esta antigua presencia? También el tiempo parecía haberse congelado a nuestro alrededor, suspendido en una red de oscuridad y misterios, un vórtice donde todo estaba confuso. Sentí que mi estómago se contraía bajo el efecto de ese olor embriagador, una mezcla de hambre y deseo de una naturaleza que no podía nombrar. Pero al mismo tiempo, mi mente, desgarrada por la extrañeza de la situación, no podía evitar preguntarse: ¿qué significaban estas inscripciones? ¿Por qué estos símbolos fueron grabados en un simple trozo de pan, símbolo universal de la vida, escrito en un idioma de un pasado tan lejano e inaccesible?

Pero no era sólo una barra de pan. No, este objeto, casi sagrado en su apariencia, llevaba en su interior un peso que mis asustados sentidos luchaban por captar. La superficie crujiente, dorada a la perfección, no era más que una máscara engañosa. Si miras de cerca, allí estaban grabados símbolos, cuneiformes, místicos, como escritura de una época antediluviana. El pan parecía…. inmutable, un objeto fuera del tiempo, tan antiguo como las propias leyendas. Cada incisión en la corteza dorada era una puerta a lo desconocido, un fragmento de conocimiento olvidado, un lenguaje cuyos significados eludían la comprensión humana. ¿Fue realmente una hogaza o una metáfora de un secreto mucho mayor, una clave para misterios que deberían haber permanecido enterrados bajo las arenas del tiempo? No podría decírtelo.
Luego volvió el silencio, pesado. Las figuras en movimiento a mi alrededor también parecieron congelarse, como si esperaran algo, un momento decisivo. Y la sábana, esa enigmática sábana colocada sobre la mesa, empezó a cambiar ante mis ojos, como un lienzo donde se revelaban palabras invisibles. Las letras temblaron, formándose lentamente, hasta que surgió una sola palabra, luminosa, vibrando con una energía irreal: Timechain. Sí, Timechain, el término que se le ocurrió a Satoshi Nakamoto, antes de recurrir a "blockchain". Pero Timechain, este nombre había resonado en él como una alternativa, una idea que había mantenido, una idea enterrada pero nunca abandonada. De repente, un sonido agudo y penetrante rompió la densidad del aire como una cuchilla afilada rasgando un velo invisible. Era un sonido extraño, casi imposible de describir, un grito de otro mundo, un aliento arrancado de las insondables profundidades del tiempo mismo. Atravesó la realidad, vibrando en el espacio, como si el aire, la madera de la barra, mis propios huesos, se retrajeran bajo su impacto. Era un sonido a la vez lejano y cercano, un eco espectral que reverberaba en rincones de universos desconocidos, desafiando toda explicación racional.
Mi mente vaciló bajo su influencia, como atrapada en una tormenta invisible. Sentí el peso de siglos olvidados, de secretos enterrados, presionando contra mí, y este grito -esta nota aguda e inhumana- era una llamada, una convocatoria, una ruptura en el tejido mismo del tiempo y el espacio. Era una lágrima, una astilla, un enorme agujero en el éter, que me gritaba que escuchara, obedeciera, que siguiera adelante.
Cerré los ojos, atrapada en esta espiral infernal. Mis pensamientos colapsaron bajo el peso del sonido y cuando los abrí de nuevo, me encontré en la oscuridad de mi oficina. El bar había desaparecido, al igual que sus extraños ocupantes. Pero el sonido, esta llamada, todavía resonaba en mi mente, un estruendo sordo, una onda que nunca dejaba de vibrar dentro de mí. ¿Fue un sueño? ¿Una alucinación, nacida del brandy y del cansancio? ¿O realmente había cruzado las fronteras de otra dimensión, tocado un mundo más allá del nuestro? No podría decírtelo. Pero en ese momento de silencio suspendido, una sola palabra siguió dando vueltas en mi mente: Timechain.
Como una campana a lo lejos, Timechain resonó, imponiéndose, exigiendo toda mi atención. Aquí era donde tenía que buscar. El viejo concepto, esta palabra que Satoshi escribió una vez en su código antes de abandonarlo por "blockchain". Pero nunca había borrado por completo Timechain. Lo había dejado allí, como un rastro, una llave enterrada.

Mis dedos, casi autónomos, comenzaron a golpear el teclado en una danza frenética, una extraña coreografía dictada por alguna fuerza invisible. Con cada pulsación, líneas de código volaban por la pantalla a una velocidad vertiginosa, como si el mundo digital que me rodeaba hubiera cobrado vida, retorciéndose y distorsionándose en respuesta a mi consulta. Símbolos extraños, personajes oscuros se sucedieron a una velocidad vertiginosa, creando un torrente de datos que se vertió en el insondable vacío del espacio digital. El código ya no era sólo código: se había convertido en un pulso, una extensión de este sonido que seguía vibrando en mi conciencia. El sonido todavía resonaba en mi mente, como un pulso cósmico, una sola nota transmitida a través de los siglos. La cadena del tiempo fue la respuesta. Conectó todo. Satoshi lo había imaginado y ahora tenía que encontrarlo, cueste lo que cueste.

A través de la pantalla, me pareció ver algo más que líneas de texto. Se estaban formando patrones, se erigieron brevemente arquitecturas imposibles antes de disolverse, como ecos fugaces de otro mundo. Cada carácter tocado me parecía abrir una puerta, revelar un fragmento de un antiguo secreto, y el ritmo de mis dedos se aceleraba aún más, como empujado por una fuerza que ya no controlaba realmente. Allí, en este laberinto digital, el código cobró vida. Palabras, números, símbolos danzaban en la pantalla, formando un lenguaje olvidado, un dialecto tecnológico mezclado con reminiscencias antiguas, como si el tejido mismo de la realidad comenzara a desmoronarse. Las consultas de Whois, los pings y los análisis de servidores pasaron a ser secundarios. Lo que buscaba ya no era sólo información escondida en las profundidades de un servidor, era una verdad enterrada en las profundidades del tiempo, codificada en la matriz misma del mundo. Las luces de mi pantalla parpadeaban de forma anormal, mientras líneas incomprensibles seguían materializándose, para desaparecer inmediatamente, dejándome con una sensación de déjà vu, como si hubiera cruzado estos caminos antes, en otro tiempo, en otro espacio. Mientras profundizaba en este océano de código, algo sucedió. Un defecto, una brecha en la realidad digital. El mundo de píxeles y bytes se retorció abruptamente y por un momento sentí como si me estuvieran observando a través de la pantalla, una presencia inmanente mirándome desde el otro lado de la matriz. El sonido regresó, pulsando como un latido cósmico, vibrando con intensidad creciente.
Finalmente apareció el nombre Timechain, escrito con letras luminosas, casi vivas. Parecían latir, vibrar al ritmo del latido sordo que emanaba de lo más profundo de mi cráneo. Satoshi… y esta creación olvidada. Pero eso no fue todo. Luego apareció una serie de símbolos, grabados en el interminable flujo de datos, glifos que no podía entender pero que parecían más antiguos que el código mismo. Sentí que la realidad temblaba a mi alrededor. Como si en esta búsqueda hubiera cruzado una línea invisible entre la realidad y otra cosa. El tiempo, el espacio, la matriz misma del mundo parecieron distorsionarse, y me di cuenta, entonces, de que lo que estaba buscando no era sólo una verdad oculta por Satoshi... era algo más grande. Una estructura antigua, enterrada en el código del universo. Y en esta vorágine digital, finalmente lo entendí: Timechain era más que un concepto, era una llave, una puerta al conocimiento olvidado, codificado en las profundidades del mundo, esperando ser desbloqueado.

Continuará...

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Advertencia: Este texto es una obra de realidad ficción. Todo lo escrito aquí está basado en hechos reales, pero contado de una manera que recuerda a una novela policíaca. Aunque se mencionan nombres reales, la historia pretende explorar el misterio de Satoshi Nakamoto a través del prisma de una investigación ficticia.
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